En el paisaje urbano de Buenos Aires conviven dos realidades de movilidad: el auge de los autos eléctricos y la histórica red de colectivos y subtes que recorren la ciudad. Para el usuario moderno, la pregunta clave es si conviene invertir en un vehículo eléctrico propio o seguir apostando por el transporte público. Más allá de la pasión por la tecnología y la comodidad de un auto, resulta esencial evaluar tanto el impacto en el bolsillo como la huella ecológica de cada opción.
Buenos Aires cuenta con un sistema de transporte público integrado que incluye más de 150 líneas de colectivos, siete líneas de subte, trenes urbanos y sistemas de transporte más pequeños como el Premetro. La expansión de la red de subtes y la incorporación de unidades modernas dotadas de aire acondicionado han mejorado la experiencia de viaje, convirtiendo al transporte masivo en una alternativa cada vez más atractiva para quienes buscan economía y eficiencia.
Por su parte, la oferta de autos eléctricos en Argentina ha crecido notablemente. Marcas como BYD, Renault, Chevrolet y otras han lanzado modelos con autonomías que oscilan entre 300 y 600 kilómetros, respaldados por una infraestructura de carga que, si bien todavía es reducida, avanza con estaciones rápidas en centros urbanos y corredores viales estratégicos. Estos vehículos ofrecen la promesa de viajes silenciosos, aceleraciones ágiles y cero emisiones durante la conducción, atributos que atraen a un público preocupado por el confort y el medio ambiente.
Sin embargo, la dimensión económica pesa con fuerza. Mantener un auto eléctrico implica no solo el costo inicial de adquisición —que puede superar los 10 millones de pesos, incluso con incentivos— sino también gastos recurrentes por recarga, seguro, mantenimiento y estacionamiento. En la práctica, una carga completa en un punto de carga público suele costar alrededor de 3.000 a 4.000 pesos, dependiendo de la tarifa de electricidad y la potencia contratada. A ello se suman tarifas de seguro que rondan entre 200.000 y 300.000 pesos anuales y costos de mantenimiento —neumáticos, frenos, revisiones— que, aunque menores que en un auto de combustión interna, no son despreciables.
Frente a esto, el transporte público resulta casi imbatible en términos de precio por viaje. Con la tarjeta SUBE, un recorrido en colectivo urbano cuesta poco más de 600 pesos, mientras que un viaje en subte ronda los 1.100 pesos. Si se realiza un trayecto promedio diario de ida y vuelta de seis kilómetros en colectivo, el gasto mensual (considerando veinte días hábiles) se mantiene alrededor de 24.000 pesos. Incluso sumando un par de viajes en subte y trasbordos, la factura mensual difícilmente supere los 40.000 pesos, muy por debajo de los costos asociados a un auto propio.
En materia ambiental, los autos eléctricos ofrecen la ventaja de no emitir contaminantes en la vía pública, eliminando partículas y gases nocivos en el casco urbano. Sin embargo, la electricidad utilizada en Argentina proviene de un mix que incluye fuentes renovables, térmicas y, en menor medida, nucleares. Por lo tanto, su huella de carbono no es nula, aunque sí significativamente inferior a la de un vehículo a combustión interna. Además, los autos eléctricos acarrean emisiones “embebidas” en la producción de baterías y la construcción de la unidad, aspectos que se diluyen en su vida útil pero que existen.
El transporte público, cuando está bien ocupado, resulta sorprendentemente eficiente. Un coche de subte con cientos de pasajeros distribuye el impacto energético de la tracción eléctrica entre todos los usuarios, logrando una huella de carbono por pasajero mucho menor que la de un auto eléctrico con conductor y un pasajero adicional. Los colectivos modernos con motores diésel o híbridos han evolucionado en eficiencia y filtrado de emisiones, aunque todavía generan trazas de partículas y óxidos de nitrógeno. La clave está en la ocupación: a mayor número de pasajeros, menor es la huella por cada persona transportada.
Más allá de números, la experiencia de usuario también influye. Un auto eléctrico brinda libertad de horarios, rutas personalizadas y mayor comodidad, especialmente en días de lluvia o durante horarios nocturnos cuando el transporte público reduce frecuencias. Para familias o grupos de personas que comparten viaje, el costo por kilómetro y por pasajero de un auto eléctrico puede resultar competitivo frente al transporte público. Además, la red de carga y los estacionamientos exclusivos para vehículos eléctricos ofrecen ventajas como tarifas reducidas y lugares preferenciales.
En contrapartida, el transporte público demanda adaptarse a horarios predefinidos, enfrentar concentraciones en horas pico y tolerar la incomodidad de trayectos largos o atestados. No obstante, los beneficios de la tarjeta SUBE —como descuentos por trasbordos y sistemas integrados entre colectivos, subte y trenes— facilitan los desplazamientos con costos controlados. Además, diversas iniciativas privadas de transporte compartido y micro movilidad —bicicletas y patinetes eléctricos— complementan la oferta masiva, ofreciendo soluciones de último tramo para quienes descienden en estaciones alejadas de su destino final.
La conclusión para quien busca una movilidad inteligente en Buenos Aires es clara: no se trata de elegir un bando, sino de combinar lo mejor de ambos mundos. Usar el transporte público para los traslados habituales, aprovechando su bajo costo y su cada vez mejor cobertura y frecuencia, y reservar el auto eléctrico para situaciones especiales: viajes en grupo, recorridos nocturnos fuera de horario o destinos con deficiente conectividad. De esta manera, se logra un equilibrio entre economía personal, conveniencia y responsabilidad ambiental.
En un contexto urbano en constante transformación y con la promesa de una red de transporte público cada vez más eficiente y verde, complementar el uso de autos eléctricos con la vasta infraestructura colectiva de Buenos Aires es la fórmula que permite ahorrar en el bolsillo y reducir la huella de carbono, sin renunciar a la libertad y comodidad que brinda un vehículo propio.